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El Hambre Emocional

¿Cómo hemos aprendido a asociar determinados alimentos a ciertas emociones o sentimientos?

Recuerda cuando eras  pequeño y te premiaban con un dulce por buena conducta o, por el contrario, te lo retiraban cuando te portabas mal. En otras ocasiones, esa golosina llegaba en un momento de tristeza, tal vez en forma de postre como consuelo a tu aflicción. Desde la niñez el cerebro registra esa información y la integra en la vida cotidiana, y ya de adultos, nos premiamos o nos refugiamos en determinados alimentos.

Si te entra apetito pregúntate ¿me comería una manzana? Si la respuesta es NO, no es hambre física.

También de adultos celebramos momentos especiales y felices como bodas, bautizos, cumpleaños, reuniones familiares o con amigos…en torno a una mesa repleta de ricos alimentos tanto dulces como salados. Igualmente sucede que determinadas comidas nos evocan y hacen revivir etapas y emociones asociadas a seres queridos: las torrijas que hacía mi abuela, los churros que compraba mi padre los domingos…

la persona ya no come en busca de nutrientes, sino para llenar vacíos afectivos.

Todas estas circunstancias hacen que la comida no sólo tenga para nosotros un significado fisiológico, sino también emocional. Y es precisamente este componente emocional el que se esconde detrás del sobrepeso y la obesidad. En estos casos, la persona ya no come en busca de nutrientes, sino para llenar vacíos afectivos. Determinados  alimentos cumplen la función de paliar momentáneamente estados emocionales como la soledad, el aburrimiento, el estrés, el desengaño, la frustración…etc.

A continuación vamos a ver la diferencia entre el hambre física y el hambre emocional

 

Hambre física Hambre emocional
Aparece poco a poco Aparece de repente
Acepta difrentes comidas Solo acepta comidas específicas
No hay que satisfacerla de inmediato Es urgente. Hay que satisfacerla ya.
Paras de comer cuando te sientes lleno Sigues comiendo aunque estés lleno
Te sientes bien después de comer Sientes culpa o vergüenza tras comer
Se come con tranquilidad y despacio Se come rápido y de manera automática
Ocurre por necesidad fisiológica  Ligada a alteraciones emocionales

 

Algunos consejos para afrontar el hambre emocional

 

  • Cuando sientas la tentación de ir a la nevera o  despensa espera un tiempo desde que tienes el impulso  hasta que decides comer. Pregúntate si estás de mal humor, triste, aburrido, enfadado…
  • Piensa si has tenido problemas en el trabajo, si has perdido algo, tal vez nadie te ha llamado para salir, te ha decepcionad algún amigo o cualquier otra circunstancia que te genera alguna de las emociones anteriores.
  • Visualiza cómo te vas a sentir después de comer. Piensa en el sentimiento de culpa que te acompañará, la pesadez de tu estómago, si merece la pena esa ingesta por un instante de placer pasajero.
  • Observa qué hora es y toma la determinación de esperar a que sea el momento de la siguiente ingesta para comer.
  • Vas a repetir o servirte más cantidad de cualquier alimento que, sabes que es excesivo, pero te engañas diciendo: “por un poco más no pasa nada”. Piensa si le servirías esa ración de más a un ser querido que desea adelgazar.
  • Elimina de la despensa y la nevera todos aquellos alimentos de alto contenido calórico que te hacen perder el control. Llegará un momento que aprenderás a consumirlos con moderación, pero mientras tanto deben desaparecer de tu entorno hasta que aprendas a manejar tus emociones sin necesidad de acudir a la ingesta.
  • Sustituir esos alimentos de alto contenido calórico por otros alternativos más saludables (fruta troceada, yogur desnatado…).
  • Para dominar ese hambre emocional debes evitar la estancia y la situación que te genera el hambre emocional (apagar la televisión, salir de casa y  pasear, por ejemplo)